La fortuna secreta de Perón en Suiza
En estos tiempos en que las revelaciones sobre corrupción y fuga de capitales reverdecen como flores en primavera, habrá que aceptar que, en tal sentido, nada hay de nuevo bajo el sol. Cincuenta y ocho años atrás, a partir de la revelación de un diario neoyorquino, también corrió como reguero de pólvora en los círculos financieros norteamericanos noticias sobre millones de dólares que según ese artículo Juan Perón tenía depositados en cuentas secretas de la banca suiza. Obviamente, no fue Jorge Lanata quien destapó éste asunto, sino otro periodista, director de una revista especializada en asuntos financieros, llamado Franz Pick. El disparador de la revelación sobre la supuesta fortuna secreta del «descamisado» fue The New York Time, que en su edición del 12 de noviembre de 1955 publicó esto: «Franz Pick, autoridad en mercados monetarios y propietario de la publicación Pick S. Worl Currency Report», informó que «el capital fugado, es decir, dinero sacado de la Argentina durante el régimen de Perón, acusa cierta tendencia a repatriarse» y que «gran parte de ese capital terminó en el Uruguay».
El financista calculó en unos U$S200 millones el total del capital argentino expatriado.
Sin embargo, gran parte de este capital no va a regresar, aparentemente, a la Argentina.
Pick anunció «la llegada a Suiza, el pasado octubre, de 2.072 kilogramos de monedas de oro de U$S10, para la cuenta personal de Juan Perón».
A U$S40 la onza, pues las monedas tienen mayor precio que los lingotes, «esto significa U$S2.700.000», explicó. Otros tipos de bienes del exdictador en el extranjero, terminó asegurando Pick, son calculados en U$S5 millones».
«Lo que costo
a la Argentina»
Un mes después de la revelación del New York Time, la revista Selecciones de Reader's Digest en inglés disparó un segundo misil contra el derrocado presidente argentino. Lo hizo en su entrega correspondiente a diciembre de 1955 a través de un artículo titulado «Lo que Perón costó a la Argentina».
En sus tramos principales, la extensa nota que llevaba la firma de Michael Scully, señalaba: «La creciente y casi increíble evidencia es que el pueblo argentino, desde asalariados hasta latifundistas, estuvieron sujetos al fraude más monstruoso en la historia latinoamericana, y sólo una parte de su costo puede expresarse en dinero.
Argentina es un país dotado para la grandeza. Es cinco veces el tamaño de Francia. Las fabulosas pampas son las más ricas fuentes de carne y cereales del mundo, y sus riquezas minerales sobrepasan las de muchas tierras prósperas.
Tiene 18 millones de gente vital y capaz, de origen español, pero muy mezclada ahora con italianos, alemanes, británicos y otros europeos. Es una tierra que puede sostener a más de 50 millones de personas. Normalmente, sus niveles de salubridad y alfabetismo son más altos que los de la mayor parte de Europa.
Pero en un aspecto fatal los peronistas eran débiles: ninguno comprendía los rudimentos de la economía. Deslumbrados por el enorme tesoro acumulado durante la guerra europea y de la riqueza que afluía de las exportaciones de posguerra, se lanzaron a una borrachera de gastos que hizo irreversible la bancarrota.
Perón se jactaba de haber construido más escuelas primarias que cualquier otro gobernante argentino. Es cierto, construyó muchas; pero al mismo tiempo utilizó el entero sistema escolar para deformar la mente del niño, como primer paso en el proceso de la uniformación de la mentalidad argentina.
Las clases comenzaban con el canto de glorificación a Perón y una sesión diaria se dedicaba a su vida y enseñanzas.
En ocho años, un millón de pequeños argentinos habían sido condicionados de manera tal que muchos de ellos no sabían bien si Perón era Dios o Dios era Perón. Fue la creciente confusión de Perón en ese punto lo que lo llevó a su guerra con la Iglesia Católica y a su caída. Tanto Mussolini como Hitler demostraron que la megalomanía es a menudo una fatal enfermedad crónica de un dictador totalitario. Pero ni Mussolini ni Hitler llevaron su locura al punto de tratar públicamente de usurpar el lugar de Dios».
Peregrinacion
por las dictaduras
Estas y otras cosas más duras aún decían en el extranjero de un Perón abandonado por sus fieles, repudiado por la mitad de los argentinos, procesado por delitos comunes y obligado a peregrinar por las dictaduras más desprestigiadas de América latina buscando el amparo de personajes como Stroessner (quien le dio un pasaporte paraguayo falso a nombre de Juan Sosa), Pérez Jiménez, Tacho Somoza o el cruel tirano dominicano Rafael Leónidas Trujillo, con cuyo hijo compartió un palco durante un acto oficial.
En la República Dominicana, el 25 de enero de 1960 terminó la etapa americana de su exilio. Gracias a la visa española lograda a fines de 1959, su próxima estación fue Madrid.
No viajó en un avión de línea, sino en uno privado que le alquiló a la empresa Varig. Sólo cinco personas fueron en el avión: Perón, Isabelita, Américo Barrios, Alberto Campos y un tal Jhon Del Ré. En el aparato no había más pasajeros que esos cinco, más dos perros caniche, Canela y Tinola.
Perón, de quien algunos seguidores habían dicho que salió de la Argentina con una mano atrás y otra adelante podía, sin embargo, darse gustos como estos.
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