lunes, 3 de marzo de 2014

La Masacre de San Patricio

Por Esteban Ierardo.

Todas las masacres, de unos pocos o de millones, desnudan el desamparo del hombre frente al mal. El no estar amparado ante la incapacidad de comprender, en su hondura máxima, y más allá de las descripciones de motivos aparentes, la predisposición del hombre para la matanza.


Quizás, los criminales, de diversos tipos, desde el psicópata aislado hasta el criminal sostenido en grandes estructuras de gobierno, son especialmente proclives al crimen por la insensibilidad que asegura la ignorancia profunda. La ignorancia de lo evidente para una mirada no deformada por el odio o el deseo de control total. Para la mirada que trasciende lo particular, es evidente que los individuos están separados, pero la vida que los anima es común. Lo común: una misma vida de cuerpo, aire, agua, biología, cielo y tierra, que hace a los humanos reconocibles como tales.


Parte de la densidad del crimen es la destrucción de la vida común que nos acerca. La vida que todos reciben al principio (como ya pensó Hegel y de ahí su crítica al Raskólnikov de "Crimen y Castigo"); la matriz común del cuerpo y los otros elementos que nos hace humanos. Ni el peor enemigo deja de participar de esa vida común. Pero, por lo general, el criminal, como advirtió Hannah Arendt, no piensa, no reflexiona. Por eso, actúa sin trabas en la superficie insensible en la que el odio y la destructividad circulan libremente. Allí, el olvido de la vida en común no tiene fondo.
Y lo criminal circuló libremente el 4 de julio de 1976, durante la dictadura militar argentina. La ignorancia de la vida común, la constitución del otro como enemigo esencial son parte de las condiciones para la masacre ancestral, que se repitió en la Iglesia de San Patricio, ubicada en la calle Estomba, entre Echeverría y Sucre, en el barrio de Belgrano.


A las dos de la mañana de aquel 4 de julio de 1976, un grupo de individuos con armas largas entró a la iglesia. Luego, en el primer piso, se hallaron los cuerpos perforados de balas de cinco religiosos alineados y boca abajo rodeados por el reguero letal de un charco de sangre. Los cincos fusilados eran sacerdotes palotinos (pertenecientes a una sociedad de vida apostólica de la Iglesia Católica fundada en 1835). Y eran los sacerdotes Alfredo Leadern, Alfredo José Kelly y Pedro Eduardo Dufau, y los seminaristas, Salvador Barbeito Doval, y Emilio José Barletti. Los oscuros saqueadores de sus vidas los acusaron de pertenecer al "M.S.T.M.", el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

]Luego la iglesia y dos jueces investigaron la masacre. Pero la investigación de mayor profundidad y compromiso fue realizada por el periodista Eduardo Kimel que, en 1989, editó el libro "La masacre de San Patricio", con profusa documentación y elementos probatorios de la culpabilidad de los autores materiales e intelectuales del asesinato de los sacerdotes (un grupo de tareas integrado por el teniente de navío Antonio Pernías, el teniente de fragata Aristegui, el suboficial Cubalo y Claudio Vallejos, y que perpetró su acción criminal desde el Estado, incluyendo al Poder Judicial, con complicidad de la Iglesia Católica).
Pero la matanza quedaría impune.
Luego Kimel pasaría por un juicio de calumnias iniciado por uno de los jueces actuantes en el caso. Sufrió escarnio y una condena de reparación económica, cuyo s avatares llegaron hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2004. Cuatro años después, un fallo de esta corte obligó al Estado argentino a dejar sin efecto la condena contra el periodista. Posteriormente, y como consecuencia de este proceso, la Ley Kimel despenalizó las calumnias e injurias en las situaciones de opiniones de interés público.
Hoy, sobre Estomba, en la iglesia de San Patricio, una serie de placas y cinco dólmenes recuerdan a las cinco víctimas; y también otra placa homenajea el esfuerzo de Kimel por la consumación de la justicia.


Una masacre particular, que agrega otra variación, tristemente innumerable, en la historia de los hombres que matan sin remordimiento, desde la superficie insensible que siempre olvida, o desprecia, la misma vida, que todo recibimos al principio.
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La Masacre de San Patricio

Los cinco dólmenes sobre la calle Estomba, frente a la Iglesia de San Patricio, que recuerdan a los tres sacerdotes y dos seminaristas asesinados.

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