Buenas noches, espero que sea de su agrado este pequeño cuento.
"El ejemplo"
Siempre se me ha considerado un hombre de extravagancias. Justamente estas palabras escritas en un papel con tinta azul es una de mis extravagancias. Pero ¿Por qué ha de considerarse extravagante una hoja escrita en tinta azul? Pues el origen de la extravagancia es que ha sido mi último deseo. Se me ha encontrado culpable de asesinar a una linda jovencita, siendo el castigo, la pena de muerte.
Y ¿Qué propósito tiene que haya pedido tinta y papel? Pues ninguno, sólo el cumplimiento de mi extraña costumbre de escribir 1000 palabras diarias.
Pues bien, comenzaré mi acostumbrado ejercicio con el relato de lo acontecido previo a mi estancia en la corte de justicia.
La noche en la que asesiné a la hermosa jovencita, yo paseaba por una conocida avenida de la ciudad. La avenida no tenía nada en especial, era una callejuela vulgar, llena de basura, comerciantes ambulantes y puentes peatonales desboronándose en vida. La única cualidad de aquella avenida, su fama y la razón de mi presencia en aquel vulgar lugar, era que , por las noches, se poblaba de luces de lentejuelas, bikinis diminutos, disfraces, quimeras, matronas y las más hermosas putas de la ciudad.
Aquella tarde esperaba los primeros brotes de aquellas rosas putrefactas que conformaban el jardín de putas. Paseaba mis ojos sobre el largo de la avenida, viendo nacer los brotes que con la noche floreaban. Confieso que siempre he tenido un gusto delirante por las mujeres rechonchas con piernas torneadas, mamas como melocotones, piel de sábana de seda lisa con miles de ondulaciones, y de rostro angelical; de ojos grandes y felinos, boca pequeña y húmeda, mejillas rosadas y frente amplia. En fin lo descrito antes es precisamente lo que buscaba en aquel lugar.
De algún modo mi búsqueda se alargó por al menos 4 horas. Ya los botones eran tremendas flores y el aire se encontraba espesó con el olor de sus sexos agrios. Era ya de noche, las filas de autos se paraban ante el aparador de asfalto y yo, con tantas luces artificiales, no podía apreciar a la flor que mis exigencias pedían. Comencé a desesperarme y decidí que la retirada sería oportuna. En el momento que comencé la retirada, una tímida flor asomó entre un costal de basura y un poste de del tendido eléctrico. Me lanzó sus azahares agrios y reconocí en ella mi delirio.
Me acerqué a ella con precaución, sin dejar de examinarla por todos lados ya que esos jardines están plagados de quimeras. He escuchado historias de hombres que se han dejado engañar y se han visto envueltos en una mala experiencia que, por ser esta la última oportunidad, no describiré en esta ocasión. Al llegar a la flor, miré fijamente sus ojos de leona que contrastaban con la boca pequeña no perteneciente a los ojos fieros. Admiré su sinuosa figura, sus montañas de fertilidad, sus pies pequeños y un pequeño atuendo que ensuciaba la calidad estética de mi flor. Después de consagrarla con mis ojos, pregunté su precio. El precio me pareció ridículo, y aún más después de consagrarla. En ese momento me pareció tan barata la vida que decidí disfrutar de ella. Pactamos detener el tiempo por dos horas.
No caminamos mucho para llegar a un roído y moribundo hotel, podrido en sus entrañas. Entramos en una habitación pequeña y olorosa. Esos treinta centímetros que definen y limitan la entrada de la salida me transformaron. De pronto tanta belleza me abrumó, me asustó y finalmente me asqueó. Decidí ofrecer más dinero por el mismo tiempo, a cambio de que mi flor siguiera unas sencillas órdenes. Puse dos mil pesos en una silla, que desaparecieron como si una rata los hubiese robado, me senté al filo de la cama y comencé mi imperioso y meticuloso dictado.
Ella se encontraba parada a un lado de la silla donde dejé los dos mil pesos. Mi primer orden fueron sólo las instrucciones. "Ahí quédate, sin hablar, al menos que lo permita, cumplirás mi fantasía. Mira al suelo ¿Puedes ver el perímetro delimitado por las cuatro baldosas debajo de ti? Bien, de ese perímetro no quiero que salgas. Por favor, sigue mis ordenes" Esas fueron las instrucciones. Lo siguiente fueron la serie de ordenes que fueron bien seguidas.
Se quitó las zapatillas como ordené, se desnudó al paso de mi voz. Noté en ella cierta incomodidad. Hice sentir desnuda y avergonzada a una puta. Me mantuve admirándola en silencio aproximadamente media hora, tal vez más, en realidad no lo sé. Ella se mantenía azorada, tratando de cubrirse con la silla y de vez en cuando emitía una queja o sugerencia, " los clientes acostumbran… no prefiere que…" vociferaba un poco irritada. Con el pasar del tiempo comenzó a actuar con naturalidad, como actuaría la primera mujer y el primer hombre al comienzo de los tiempos, antes de probar el fruto prohibido. Mi capricho se estaba cumpliendo.
Decidí dar mi orden final. Me levanté del filo de la cama, me acerqué a ella, la observé, saqué el revolver de mi saco, lo puse sobre la silla y le ordené con voz queda pero imperiosa: Dispárate. Sus ojos felinos se convirtieron en ojos de roedor y sintió la vergüenza de la desnudes otra vez. Se indignó y violentamente me dijo que estaba loco. Yo exigí el derecho que tenía basado en el pacto sagrado que habíamos hecho y pedí que siguiera la orden. Ella actuó violentamente y se lanzó sobre el revolver, pero yo estaba dos pasos delante de su estrategia.
Admiré el espectáculo natural más antiguo, fue una obra de arte. Ver cómo un ser vivo se aferra a la vida, dándole un valor incalculable. Mi hermosa rosa se transformó en una bestia con garras enormes, tirando mordidas y rasguños que cesaron con el estruendo del proyectil lanzado, mismo que atravesó su hermosa frente.
¿Realmente vale tanto la vida? A mi mismo, un Docto en las ciencias económicas me importa un carajo la vida. Para demostrarlo me pongo de ejemplo.
viernes, 3 de enero de 2014
"El ejemplo" Cuento propio
1/03/2014
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